Hay un dicho en ruso que más o menos se podría traducir así: “aunque vivas un siglo, habrá suficientes cosas que ver para otros cien años”. En otras palabras, cuando crees haberlo visto todo, siempre habrá algo que te va a sorprender. Esto es lo que me ha pasado en mi último viaje a Magdeburgo, un lugar realmente sorprendente.
La ciudad es un poco provincial y aburrida (tan solo es mi opinión, al fin y al cabo, yo me paso la mayor parte del año en Moscú…). Tiene un río (el Elba) cuyas orillas son preciosas, un castillo (restaurado) con muros impresionantes y una catedral de estilo gótico. A parte de eso, no hay gran cosa. Bueno, excepto una que hace que todo el resto parezca una tontería…
En el corazón de la localidad hay un edificio de uso residencial/comercial conocido como La ciudadela verde de Magdeburgo. ¡Tenéis que ver qué colores, qué formas y qué originalidad! ¿Habéis visto algo así en vuestra vida?
El artista que creó esta obra arquitectónica tan diferente se llama Friedensrich Hundertwasser, y podemos definirlo como el Gaudí de finales del siglo XX. Éste es solo uno de los edificios en toda Europa central, los cuales transformó en obras de arte, adoptando un estilo llamativo y extravagante.
Este artista austriaco era un auténtico inconformista y a partir de ahora tiene un fan más, Eugene Kaspersky. Él creía que las personas no debían residir en casas que fuesen todas iguales. Pensaba que sus habitantes debían pintar los muros de los edificios y darles un poco de personalidad. Y no se refería sólo a los muros exteriores, sino también a las paredes de cada hogar. Además, Hundertwasser también transformó fábricas abandonadas en obras de arte vanguardistas.
Pero ya he hablado demasiado, aquí van algunas fotos:
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