¡Ufff! Por un momento creí que estaba volviéndome viejo para esto. Pero solo por un momento J…
Acabo de terminar un viaje rápido y algo alocado por Japón. Visité tres islas (Honshu, Kyushu y Okinawa) y cuatro ciudades, algunas muy conocidas, otras no tanto. En contra de lo habitual, prácticamente no teníamos visitas turísticas en la agenda, solo juntas, discursos y entrevistas. Aún así, ya me conocéis, ¡siempre encuentro algo de lo que puedo escribir y hacer fotos!
El mercado japonés es muy complejo, difícil y demandante, aunque conservador. Los negocios siempre van bien, y la cantidad de clientes y socios crece, pero muy lentamente. Tan lentamente que necesito venir personalmente 2 o 3 veces al año –mucho más que a otros países. Y esto no es una queja. Los lectores regulares de mi blog saben que mi punto débil son las cosas japonesas.
Normalmente tenemos una agenda apretada en Japón, pero esta vez lo fue especialmente. Un maratón de juntas, entrevistas, presentaciones y negociaciones sin parar. Fue agotador. Así que, naturalmente, estaba deseando una cama suave y calentita al llegar al hotel por la noche. Pero, ¡ey! ¿una cama dura y medio fría? ¡Incluso esa me servía!…
Tal vez lo que hizo este viaje tan duro fue la similitud en su totalidad con la carga de trabajo que experimentamos en el viaje de Beijing. Pero no, no hubo ningún error cuando me desperté esa mañana: Estaba en una de las ciudades más interesantes e inusuales en el planeta, y personalmente una de mis favoritas. Cielos despejados y el Monte Fuji de fondo (¡cuya cima he visitado dos veces!) Inconfundiblemente… ¡Tokio!
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